El Cazador de Setas (Capítulo Uno)

17.06.2019

Habiendo traspasado con creces el ecuador de mi estancia consciente, en esto que llamamos vida (más vida para unos que para otros), quiero dejar constancia de mis vivencias desde temprana edad en relación con el fabuloso y fascinante mundo de la micología y en general de mi contacto íntimo con la naturaleza, poniendo especial énfasis en aquellos aficionados, que a lo largo del tiempo, compartieron conmigo unas miguitas de su tiempo, de su sapiencia y como no, de su amistad. Para ello intentare utilizar nombres ficticios, a fin de no vulnerar su derecho al anonimato, aunque estoy seguro que algunos serán fácilmente reconocibles para muchos de vosotros.

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Jordi se interno en el monte, no sin antes, asegurarse de que nadie le observaba, hacía años que actuaba así y antes que él, su padre y mucho antes su abuelo. Conocía a la perfección esa ladera, y en ella los mejores setales de Boletos. Con una bolsa de tela en el bolsillo izquierdo y una pequeña navaja en el derecho, no le gustaba usar cesta, porque eso le delataba y estaba en plena temporada; El viento le traía el sonido de otros buscadores de setas desperdigados por el monte, pero ellos no sabían lo que él, ellos no tenían su experiencia. Años de búsqueda para encontrar tan buenos lugares, lugares que ni sus ancestros le habían querido mostrar, ni el le mostraría a nadie. Apenas el sol asomaba por el horizonte y todavía la humedad del rocío, mojaba sus botas. Tubo que gatear bajo la maleza en varias ocasiones, hasta encontrar un pequeño sendero, formado por los animales, sobre todo las vacas que pastaban libres y que para subir las empinadas laderas de los Pirineos, debían hacerlo en zig-zag; También los jabalíes, ciervos y otros, utilizaban estos senderos, en la búsqueda de su alimento, en muchas ocasiones en clara competencia con él, ya que gustaban de los Boletos y los ingerían con devoción - de pronto - el sonido tan característico del rozar de unas ramas, le indica la presencia de alguien cercano - mira en la dirección del sonido y no ve a nadie - se queda inmóvil durante unos segundos, atento a todo lo que le rodea, y al poco les ve, se trata de dos buscadores, cargados con sus cestas y bastones; Su primer intención es esconderse, pero el instinto le indica el error, están demasiado cerca y caminan en su dirección, tendrá que afrontarlos.

¿Cómo va?, le pregunta el mayor de los dos, un hombre de unos cuarenta años con acento de ciudad.

¡Bien¡ muy bien, ¿Qué están buscando?, le contesta.

Buscamos Boletos, pero acabamos de llegar y no conocemos muy bien la zona, le dice el menor de los dos, que aparentaba unos veinte años y parecía familiar del anterior.

Pues yo también busco, pero a una vaca, que debe estar a punto de parir - le responde - pero andáis mal encaminados, por aquí en estas fechas ¡! Boletos pocos ¡!, deberíais buscar unos cinco quilómetros más arriba...... gente del pueblo ya ha encontrado.

Muchas gracias, muy amable, le responden los dos. Le haremos caso.

De nada, que haya suerte - les dice - .y continúa su lento caminar, pero para asegurarse cambia de dirección, bajando hacia al riachuelo que discurre al pie de la ladera, lamentándose agriamente de la vuelta, que esta obligado a hacer debido a este encuentro. Cuando ya esta cerca del riachuelo, escucha el sonido del agua en su rozamiento con las piedras, observa a su alrededor y considerándose solo, retoma la dirección y apura el paso para recuperar el tiempo perdido.

Aquella mañana, me había atrevido al fin a salir en la búsqueda de setas, desde un par de semanas atrás, trabajaba en un restaurante en lo alto de la Collada de Tosses y por primera vez, escuchaba las delicias gastronómicas de las setas, sobre todo los famosos Robellones y Boletos, incluso los había catado, en alguna de las comidas con el resto de empleados, la mayoría convivíamos juntos en habitaciones del mismo restaurante, dada la distancia a la que se encontraba del pueblo más cercano. Esto cambió mi percepción sobre las setas, ya que desde pequeño en la aldea de Galicia donde nací, te metían el miedo en el cuerpo indicándote que eran veneno y que ni se las podía tocar, las llamaban "Pan de Lobo". Aún así, quizás por ello, a mi me gustaba mirar sus vivos y dispares colores y aunque prohibido, las tocaba, notando sus distintas tersuras, me embriagaba con sus olores y desde siempre las vi, como amigas cercanas y para nada peligrosas, aunque nunca se me ocurrió catarlas, hasta ahora, con catorce años y tan lejos de casa.

Lo tenía decidido desde el día anterior y la intensidad de la emoción, apenas me dejo dormir, había llegado el momento de que mis amigas y yo, comenzásemos una nueva relación, y en esta ocasión, daría el siguiente paso, tras buscarlas y encontrarlas, disfrutaría de su sabor en la mesa.. Como si de una comunión se tratara.

No había amanecido aún y comencé mi camino en dirección a la población de Puigcerda, para al poco, desviarme en dirección a La Molina, hasta verme cubierto por altos pinos viejos, sobre un césped verde que mojaba mis pies. El Sol hacía rato que asomaba y apenas me encontré con unas cuantas setas desconocidas para mi, tenía que encontrar las que había visto en el restaurante y desechar cualquier otra, a sabiendas de la gran toxicidad de algunas. Baje un trecho más la ladera hasta encontrarme con un arroyo de agua limpia y fría, que bajaba sorteando grandes rocas, colindado por un césped verde que reflejaba el frescor de sus aguas, amparadas por abetos centenarios. Seguí el cauce del río en dirección contraria a sus aguas, encontrándome, ahora sí, con infinidad de especies, entre ellas la más llamativa y esplendorosa, la que ahora se que es la Amanita muscaria, seta que en otros tiempos fue utilizada por los nobles en sus bacanales, pero no ingerían la seta, por los dolores intestinales que ocasionaba, muy al contrario, disponían de un esclavo, mantenido en perfecto estado de salud, El cual ingería la seta y entregaba a su señor la orina, que la mezclaba con ciertos licores y ofrecía a sus invitados, para conseguir con ello "viajes alucinantes", hoy en día todavía se consume su cutícula seca mezclada con tabaco, aunque sus efectos no parecen ser lo mismo. Durante largo tiempo los laterales del cauce del río me cautivaron, pero no daba con lo que estaba buscando, por lo que decidí, aprovechar la pequeña hondonada de un regato, para subir la ladera, estaba tan empinada, que en ocasiones tenía que apoyarme con las manos para poder avanzar, en un momento dado, me encontré en una pequeña zona alfombrada de musgo, sobre él, asomaban grandes cabezas color dorado. Mi corazón dio un salto y comenzó un latido acelerado.............Continuar leyendo capítulo dos

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